
Pero no. Me he pasado dos días haciendo otro reportaje. La fotografía popular y el color de un funeral que tendría que avergonzar a la ciudad. El que ha cortado el transporte público en el centro para dar paso a un cortejo privado. El que ha detenido el tiempo en el ayuntamiento porque los concejales tenían que pasar más tiempo en el salón de plenos que los propios deudos. El que ha llevado a 80.000 personas a un velatorio de banderas y escudos de armas. 7.300 dolientes a la hora, 120 curiosos por minuto, 2 individuos por segundo. Me he pasado dos días contando cómo trescientos desocupados esperaban ver salir un coche de un palacio que no han pisado ni pisarán. Dos días relatando cómo visitantes, gente simplemente curiosa o -inexplicablemente- afligida pasaban por un salón de plenos al que podrían ir cuando de verdad se utiliza para lo que sirve, pero no.
Dos días dibujando con palabras la despedida de la ciudad de una mujer, probablemente encantadora, pero sin méritos públicos conocidos. Dos días robados a una historia de verdad. Dos días avergonzada de mi país, de la ciudad donde vivo y de 80.000 de mis vecinos. Dos días de ingratitud a 8 mujeres que desnudaron sus miedos, su pasado, su esperanza y sus anhelos en mi cara. Dos días de deslealtad a 8 mujeres que confiaron en mí. Dos días de traición a 8 mujeres que no se merecen ni una traición más. Dos días de indignidad para contar el funeral de una terrateniente millonaria y simpática.
Estuve el martes en la presentación de los actos del 25 de noviembre. Uno de los participantes recordó una frase de Madelaine Albright: "Hay un sitio especial en el infierno para las mujeres que no ayudan a otras mujeres". Estos dos días me he ganado un espacio en él.