viernes, 21 de noviembre de 2014

Adiós, reinas. Hola, duquesa.

Yo tenía que hacer un reportaje. Ocho mujeres pateadas por la vida. Ocho mujeres solas. Hermanas de cartón. Enganchadas. Ocho mujeres agredidas. Sexualmente, balbuceaba una. Ocho mujeres que han encontrado a otra mujer, que las ha cargado de esperanza. Que está pegando con cuidado los trocitos de su autoestima. Que las apoya para que puedan volver a ir por su vida perra con la cabeza alta, domándola poco a poco, sin dejarse acostumbrar a los malos ratos. Era una historia preciosa. El martes por la tarde las vi, por las calles de Sevilla, con sus tocados. Dignísimas, orgullosas de lo conseguido. Peinadas con cuidado. Maquilladas. Preciosas. Yo tenía que hacer su reportaje. Yo tenía que contar su historia. Para ellas y para todas las que como ellas estén buscando un espejo en los medios. Para que otras mujeres pisoteadas supieran que hay una salida. Que las drogas, la prostitución, la calle... tienen fin. Que sí que se puede. Que hay hombres y mujeres queriendo ayudarlas. Quería ser la periodista que las hiciera sonreír cuando vieran el informativo de fin de semana. Quería ser la periodista que les arrancara el brillo en los ojos cuando se reconocieran en la pantalla. 

Pero no. Me he pasado dos días haciendo otro reportaje. La fotografía popular y el color de un funeral que tendría que avergonzar a la ciudad. El que ha cortado el transporte público en el centro para dar paso a un cortejo privado. El que ha detenido el tiempo en el ayuntamiento porque los concejales tenían que pasar más tiempo en el salón de plenos que los propios deudos. El que ha llevado a 80.000 personas a un velatorio de banderas y escudos de armas. 7.300 dolientes a la hora, 120 curiosos por minuto, 2 individuos por segundo. Me he pasado dos días contando cómo trescientos desocupados esperaban ver salir un coche de un palacio que no han pisado ni pisarán. Dos días relatando cómo visitantes, gente simplemente curiosa o -inexplicablemente- afligida pasaban por un salón de plenos al que podrían ir cuando de verdad se utiliza para lo que sirve, pero no. 

Dos días dibujando con palabras la despedida de la ciudad de una mujer, probablemente encantadora, pero sin méritos públicos conocidos. Dos días robados a una historia de verdad. Dos días avergonzada de mi país, de la ciudad donde vivo y de 80.000 de mis vecinos. Dos días de ingratitud a 8 mujeres que desnudaron sus miedos, su pasado, su esperanza y sus anhelos en mi cara. Dos días de deslealtad a 8 mujeres que confiaron en mí. Dos días de traición a 8 mujeres que no se merecen ni una traición más. Dos días de indignidad para contar el funeral de una terrateniente millonaria y simpática.

Estuve el martes en la presentación de los actos del 25 de noviembre. Uno de los participantes recordó una frase de Madelaine Albright: "Hay un sitio especial en el infierno para las mujeres que no ayudan a otras mujeres". Estos dos días me he ganado un espacio en él. 

sábado, 15 de noviembre de 2014

Gracias por alquilarte para soñar

Ya decían las malas lenguas del oficio más hermoso del mundo que te hundías en la tiniebla, y no había sido por chupar encantado los tiernos caballitos amarillos del insomnio. Te imagino gateando, buscando la luz, encontrando en su lugar a Manuela Sánchez de tu desastre que no estaba escrita en la palma de tu mano ni en el asiento de tu café. Manuela Sánchez de tu locura que se gastaba tu aire de respirar. Se te llevaron como a los niños que viajaban en aquel barco. Ojalá te acompañen tus putas tristes, Ojalá que las pájaras más percudidas de donde estés se disputen la suerte de dormir contigo y den alaridos de degolladas cuando hagáis como los cangrejos. ¿Fueron las raíces de barbasco? Las que miraste como si te las fueses a comer y en efecto te las comiste, señoras y señores, ¿fue esta la única vez que te fracasó la ciencia? 

Que lo pulsen los telégrafos, que te lloran los Buendía y los Daza, los Nasar y los Linero, los Vicario y los Guzmán. Que lo pulsen de Macondo a Riohacha, que te asfixiaste en un sahumerio de almendras amargas, que fuiste el ahogado más hermoso del mundo, la Mamá Grande en su carnaval, que te falló la escalera bajo los pies y quedaste un instante suspendido en el aire. 

Que pulsen que, en realidad, no eras Gabo, que tenías cara de llamarte Esteban. Gracias por el cadáver exquisito de mi compadre de toda la vida, el general Rodrigo Aguilar; por las cartas recíprocas de Florentino Ariza, que era feo y triste, pero todo amor; gracias por la abuela desalmada, desnuda y grande, como una hermosa ballena en la alberca; gracias por la mortaja de Amaranta, la labor más primorosa que hizo una mujer; por el embalsamador de virreyes que les componía una cara de tanta autoridad que gobernaban muchos años mejor que cuando estaban vivos; gracias por los milagros vendidos de Blacamán y las oropéndolas pintadas de Bendición Alvarado; gracias por los pescaditos del coronel y el solimán de Melquíades y las sábanas de Remedios la Bella; por los soldados que enrollaban para robárselas las praderas azules del mar; gracias por soñar aquella casa ladrillo a ladrillo 

¿Quién se ocupará de que no haya flores en tu funeral? ¿Te levantaste hoy para esperar el buque en que llegaba el obispo? Te marchas, señor muy viejo con unas alas muy grande, con un aleteo de buitre senil, volando sobre las aguas de la muerte de tus lebrillos ¿Quién te puso frente al pelotón de fusilamiento? El que lo hizo no sabe que hay órdenes que se pueden dar pero no se pueden cumplir, carajo, pobres criaturas que nos quedamos sin ti en estos tiempos del ruido. Los gallinazos te guarden, Gabo. Gracias por alquilarte para soñar

viernes, 14 de noviembre de 2014

Me violaron

No me lo ha dicho así. Me ha mirado con sus ojillos pequeños y miopes, a través de unas gafas un poco sucias. Me ha contado que la agredieron. Le cuesta trabajo pronunciar la palabra "agresión". Se para y aclara: "sexual". Antes me ha confesado que era toxicómana. También le resulta difícil decir toxicómana de un tirón. Le calculo 50 años, pero también me ha dicho que pasó algunos en la calle y ya no sé qué pensar. La intemperie desgasta, la pobreza envejece, la droga probablemente ha apagado su piel. 


Intenta mantener la mirada fija en mí, como le ha pedido el cámara. Es obediente y hace esfuerzos por no mirar el objetivo, pero de vez en cuando las pupilas se le disparan hacia el rabillo del ojo. La veo tensa. "Me agredieron", vistazo furtivo a la cámara. "Sexualmente". Le tiembla la piel que le cuelga en la comisura de los labios, el orgullo detiene la humedad en sus ojillos pequeños y miopes. Yo no le he preguntado. Me cago en la puta, yo no le he preguntado. Yo no lo quería saber.
Sus compañeras me han hablado de agresiones en abstracto, de engaños, de abusos de confianza. Serán experiencias personales o no, ninguna profundiza mucho y yo no insisto. "Tenemos que dormir juntas, pero incluso así es peligroso. Estás sola, sola, siempre sola. Incluso con tus hermanas de cartón. Siempre estás expuesta". Pero ella no. Ella no habla en abstracto. Ella está ahí de pie, mirándome a la cara y componiendo con trabajo tres palabras: "Me agredieron. Sexualmente" ¿Se creerá que me tiene que contar todo porque es la tele? 

Trago saliva. Cambio de tema y le pregunto por la actividad que yo iba a cubrir. Le está costando horrores, pero intenta responder. Es obediente y se ha pasado años en la calle y la agredieron sexualmente y se está desintoxicando y la está enfocando una cámara y yo le aguanto un micro en la boca y me intenta contestar y no sé si es porque no se ve capaz de decirme que no me lo quiere contar, que no puede seguir hablando, que va a romper a llorar. 

Tengo que parar. Paro. Le digo que no vamos a seguir, que lo está pasando mal. La abrazo de mentira porque no estoy pensando de verdad en ella. En realidad estoy pensando en que ese pedazo no lo podemos emitir y que tengo que hablar con un responsable, si lo encuentro, para avisar.
Pero he llegado a casa y cuando he encendido la cafetera toda esa frase me ha vuelto a golpear. Ahora sí. Un puñetazo en el estómago, una quemazón en el pecho, una mano aprentándome garganta. La agredieron sexualmente. Y lo dice así porque así lo llamarán en terapia. O porque agresión sexual puede no sonar tan sucio, tan desgarrador, tan agresivo, tan medieval, tan incivilizado como violación. Pero la violaron. La violaron porque era pobre, porque estaba sola, porque era débil. La violaron porque era mujer.