sábado, 10 de noviembre de 2012

Hasta luego

Todos tenemos traumas infantiles. Al menos eso espero, ya que te hago la confesión. Vale, digamos no traumas, desengaños. Yo, por ejemplo, terminaba frustrada cada vez que al Coyote le salía el tiro por la culata y terminaba el episodio con hambre, mientras que el Correcaminos acababa siempre con el buche lleno. Lo mismo me pasaba con las películas de Disney. ¿No te horrorizaba que esa absurda princesa sin más virtudes que una melena suave y una sonrisa de pánfila triunfara sobre la "Mala"? La Mala normalmente era una mujer con cejas muy bien depiladas que dedicaba los noventa minutos de la película a planificar con cuidado la anulación de una princesa que, para ser sinceros, aportaba bastante poco a este mundo. La Mala ponía su tiempo, su esfuerzo, su inteligencia y sus recursos en conseguirlo. Y al final, ¿para qué? Para que la pánfila -normalmente acompañada de otro pánfilo- le ganaran la partida. Real como la vida misma, pero igualmente indignante. La vida me dejó a Maléfica devorada por un dragón y a la Madrastra hundida en sus miserias. La realidad, inmisericorde, me mostraba a un Venger caído al final de cada episodio. 

Y no contentas con eso, con cinco añitos y medio la vida y la realidad me pusieron otro desengaño en el camino. A pesar de toda mi insistencia de que yo lo que quería era una hermana, mis padres me pusieron en casa un niño con el que me tocó repartir las atenciones que hasta entonces habían sido sólo mías: las de mis abuelos, mis tíos, mis padres... todos. Indignante. Apenas tengo recuerdos de él de bebé. Luego sí. Luego me tocó llevarlo al cole a diario y dos o tres días a la semana, a natación. Yo era seria, él un chinche. Yo responsable, él un chufla. Fueron años de estrés diario, de lunes a viernes. Para quien me llame exagerada, diré que hasta entonces, yo tenía el pelo liso. Afortunadamente creció. Y empezamos a encontrar zonas comunes. 

Desafortunadamente, creció más y cuando salíamos de los puntos comunes ya no podía pegarle porque me sujetaba la frente con un par de dedos y yo manoteaba en el aire, en vez de sobre su cuerpo. Y tenía que volver a los puntos comunes. Al principio, fuera de este universo. Juntos hemos derrotado a brujas y a dragones. Hemos sacado de apuros a piratas y rescatado a princesas. Pánfilas también -mea culpa. Hemos leído a Harry Potter por turnos, nos hemos descubierto libros y hemos compartido series y comida china. Con el tiempo hemos aprendido a hacer rabiar a mi madre, hemos enseñado a mis primos pequeños a nadar y es de las pocas personas con las que puedo compartir espacio en la cocina. El año pasado, incluso se vino unos días con su novia y mis amigos a Portugal. Lo bueno, lo mejor, siempre se hace esperar. Ese niño chinche que llevaba de un lado a otro, ha empezado a ser bastante útil desde que sabe informática, llega a los estantes que yo no alcanzo y te lleva y te trae de las reuniones familiares porque no bebe casi nada. Claro, que me debe muchos años de cuidar de él en los pasos de cebra. 

Hoy hace una semana que lo dejé en una estación camino de Austria. De hecho, yo me he sentado a escribir un post sobre la externalización de la educación superior que se está llevando a cabo en el Centro de Europa y cómo el auténtico despilfarro de este país es gastarse una pasta en enseñanza pública para que la aprovechen otros. Sobre cómo mi hermano, como otros miles de españoles han hecho su trabajo: se han preparado, se han formado. Sobre cómo una panda de votantes, empresarios y políticos inconscientes no han hecho el suyo. Pero no tengo ganas. Estoy triste hasta para encabronarme. Y si me conoces, sabes que ése es mi grado más alto de pena. 

Durante las últimas semanas he observado su Facebook. Las canciones que colgaba, supongo, desde su angustia. Como ésta. Decía Alfonso X que el idioma de la poesía era el gallego. En este país, también es el de la emigración. O el video que le colgó a mis padres cuando se marchó. Os dije que era un chufla. Me imagino que su novia tiene a su disposición una amplia variedad de canciones de distancia y no verse y esas cosas. Yo no. No tengo ninguna que cuente lo que se siente cuando tu hermano pequeño se marcha. Afortunadamente, siempre nos quedan los Simpsons