domingo, 21 de marzo de 2010

Quien digo ser



Para que no se te fastidie un viaje hay una serie de cosas que debes evitar y que no siempre están bajo tu control. En primer lugar, es básico que haga buen tiempo. Una ciudad lloviendo es un mal recuerdo, mojado y frío. No ponerse enfermo: evitar viajar constipado, con fiebre o con la regla. Esto último siempre y repito SIEMPRE está fuera de tu control, hasta tal punto que lo único que no falta jamás en mi maleta son tampones e ibuprofeno. Otra cosa básica: no quedarte sin pasta o sin documentación. Cualquier cartel en un sitio medianamente turístico te advertirá de que beware of pickpockets o en mi último caso cuidado con os carteristas. Y yo pensaba que estas cosas estaban bajo tu control. Bolsos con cierre difícil de abrir y pegaditos al cuerpo y punto pelota.

Pues resulta que no. Que puedes llevar una mochila con dos cierres, una cartera tan pesada que cuando la sacas es como si Sísifo hubiera dispuesto de un montacargas, estar en un sitio sin mucha gente, cerrado y rodeado de cámaras y -aún así- los dedos mágicos de los portugueses pueden retirar los cordones de la mochila, abrir el broche, coger la cartera y volverlo a cerrar todo y tú no te vas a dar cuenta hasta que no vas a pagar el exquisito bacalhau grelhado que te acabas de zampar. Primera reacción. Se me ha tenido que caer, haces el camino de vuelta, hablas con los de la recepción de la torre de Belem - que te miran con cara de ¿pero otra vez, todos los días lo mismo?. Pero como son portugueses y son amables (más cumplío que un portugués, dicen en Huelva) te dan todas las facilidades: déjame tu teléfono, el del sitio donde te alojas, el de tu amiga y te explico dónde puedes ir a denunciar.

Instrucciones para que, una vez fastidiado el viaje, el fastidio dure lo mínimo: siempre es buena idea llevar contigo los teléfonos de autoridades varias o, si careces de previsión para estas cosas, haz como yo y llévate a una amiga que sí que sea previsora. Empiezas a llamar a la embajada que te dice que eso es asunto del consulado. Llamas al consulado, donde no te cogen el teléfono, que para eso es viernes y si en España es la hora de la cerveza, allí es la del café con los bolinhos de bacalhau. Así que llamas al teléfono de emergencias de la embajada, donde -yo lo entiendo- con dos secuestrados en Mali, tardé en que me atendieran una vida. Claro que entremedias vas entretenida mirando al suelo a ver si aparece la cartera, en los cubos de basura también (y no te imaginas la cantidad de cubos de basura que hay en un sitio hasta que no te pones a buscar en ellos). Solución del consulado: pon una denuncia en la comisaría de Restauradores, sácate dos fotos de carné, en donde puedas, y vete a la rua do Salitre a emergencias del consulado. Antes de las cinco y media. Si son las cuatro y diez y estás en Belem eso es IMPOSIBLE y TENGO QUE COGER UN AVIÓN, NECESITO UN DNI. Así que después de explicarle que no es factible lo que plantea, te dice que bueno, venga. Que en realidad en el consulado siempre hay alguien de guardia los fines de semana.


Reacción de Noelia ante todo esto (además de apoyo moral y económico). "Pues lo más complicado a mí me parece lo de las fotos". Y resultó que tenía razón. Aún así encontramos un fotomatón en el metro de Cais de Sodré, y al margen del agobio de salir en una foto con el careto de "no he dormido en condiciones en dos semanas y tengo cara de estar sin documentación en un país extranjero" lo cierto es que los fotomatones te dejan posar dos o tres veces para que te quedes con la foto que más te guste. Sí, indocumentada y en un país extranjero y me importa tener una buena foto de carné. Segunda parte: comisaría de Restauradores, atención al turista. Sí, sólo para turistas (¿aquí tenemos algo de eso?, porque es hasta buena idea). Nos atendió el policía más amable del mundo, un señor que se ha ganado con creces la oposición a padre comprensivo y que aunque le cuenten la misma historia una y otra vez, sonríe con una sonrisa de esas de "todo va a salir bien" y "no sabes cómo siento que te haya pasado esto lejos de casa y, encima, en mi país, espero que no te lleves una mala impresión". Pero una cosa son las encantadoras personas y otra, el aparato del estado. Nosotros tenemos el mar4win y los policías portugueses... pues también. Sistema bloqueado. No puedo tramitarte la denuncia hasta que no lo arreglen. Y yo no tenía ningún indicio objetivo que me llevara a confiar más en los informáticos portugueses que en los españoles, en los que ya confío bastante poco, es un gremio poco confiable: están los taxistas, los fontaneros e -inmediatamente detrás- los informáticos. Pero en fin, el amable policía portugués se escribió una denuncia a mano, nos mandó a dar un paseíto, a tomar un café y a volver en un rato, cuando ya lo tuviera todo hecho "me da pena que estéis dos horas aquí para nada". Y eso hicimos.

Al día siguiente. Denuncia en mano, a la embajada. Abrían a las diez, pero eso amigos
míos es SUELO ESPAÑOL y hasta y media NO HAY NADIE. Una vez allí dentro, amable señor portugués o gallego o no sé qué que me hace rellenar un papel, un salvoconducto. Y ahí es cuando la historia empieza a molar. He salido de un país con salvoconducto, como una espía, como Mata Hari, como Ingrid Bergman de Casablanca. Tengo un papel que comienza diciendo "Quien dice ser Isabel Jiménez...", es con diferencia el papel más molón que me ha hecho nunca un funcionario estatal. Como dice mi amigo Pablo, si la vida fuera un juego de rol, tener un salvoconducto te hace interesante +2.


Y la historia termina, como tienen que terminar las historias en un país de gente
amable. Con una amable llamada de teléfono de la chica del hotel que te dice que una amable pareja ha dado con tu cartera, que ha arrojado el amable ladrón a la espalda del monstruo de hormigón que es la embajada española. Un amable ladrón que me ha mangado la pasta, pero que me ha dejado hasta la tarjeta del carnicero. Ah, eso sí, aunque pude montar en el avión con el DNI, el salvoconducto lo llevaba también en la mano, que no se diga.