domingo, 30 de septiembre de 2012

Perros contra porras

Acabo mis vacaciones. Y he vuelto a reconectar, en ello ando, por lo menos. Decidí hace un par de años, o más o menos, no sé... que vacaciones para mí también significaba apagón informativo. Ahora, aterrizando en la realidad, aterrizando poco a poco, estudiándome el caso Mercasevilla..... he visto las cargas policiales. Los gritos de los supuestos infiltrados, soy compañero, la brutalidad, el caos, gente joven, gente mayor, ciudadanos. Y en frente, antidisturbios. Ciudadanos ejerciendo de antidisturbios. Pero no parecen ciudadanos, ni siquiera personas. La indumentaria, el casco, la porra... Toda su imagen esta hecha para recordar a Robocop en vez de al personal que tienen enfrente. Parecen un muñeco de los malillos, de los que les tocan a los niños como premio de consolación en las tómbolas de feria. Y mientras miraba esa muralla azul, cómo envolvía a la manifestación, cómo embestían... me he acordado de uno de ellos. Del único antidisturbios con el que he compartido charla. 

Creo que me dijo su nombre, pero siempre he sido mejor para las caras y la suya la recuerdo. Expresión infantil, dientes pequeños, bajito para antidisturbios, rubio y jovencito, con una de esas pieles tan delicadas que ya comenzaba a arrugarse en el entorno de los ojos y en el entrecejo. Llevaba una semana participando en la enésima búsqueda del cuerpo de Marta del Castillo. Las heridas estaban recientes. La sentencia había salido hacía muy poco y pocos estaban conformes con ella. Menos que nadie, con permiso de la familia, la Policía. Él sabía, igual que sabía yo, que la búsqueda en la Ruta del Agua era un esfuerzo vano. Una concesión del juzgado a una familia destrozada y con una capacidad asombrosa de movilizar a los medios de comunicación. Pero él estaba ahí, vigilando la zona, sin querer quejarse a pesar del frío. Y ahí estaba yo, esperando a que se marcharan para poder contar que se acabó. 

Creo que quiso ligar conmigo. Me preguntó por mi trabajo, por mi currículum, por mi ciudad, por lo que me quedaba de día... Al final hasta por mi perfume... Yo no quería ligar con él, pero tenía curiosidad por oír a un UIP y muchas cosas que preguntarle al primero que se me ponía a tiro. Le seguí el rollo. Me contó su vida, cómo había conseguido regresar a casa después de unos años fuera, su experiencia en la academia. No recuerdo casi nada, sólo que él nunca soñó con convertirse en policía. Yo quería ser veterinario, pero me tenía que ir a Córdoba. En mi casa, ahí en el Cerro, no había dinero así que.... Y se encogió de hombros. Le pregunté por cómo se sentían después de que tres de los cuatro detenidos salieran en libertad, qué pensaban cuando hasta en televisión se lamentaba que la policía no pudiera recurrir a "otros métodos" para obtener una confesión. Eso dije, "otros métodos". Él pasó del eufemismo. Ni es periodista ni político. Me contestó simple y llanamente que él no se veía capaz de torturar. Que no quería ni pensar en qué podría entrarle por el cuerpo, ese cuerpo tan pequeño para ser antidisturbios, si en algún momento le decían de machacar un dedo a un detenido. Sólo de ocurrírsele, le asomaba el miedo a los ojos y la voz. Y eso, aún reconociendo que detestaba a los cuatro imputados. Claro, le contestaba yo, así se siente más de media ciudad. Pero no es lo mismo, nosotros los hemos visto, los hemos visto cómo se reían y nos han hecho quedar tan mal.... Hablaba con odio. Desde las tripas, como otros muchos en los bares. Pero también desde la honrilla del cuerpo ortigada, después de que la investigación se dispersara en el laberinto de mentiras que construyeron unos chavales.

Y cuando hoy he picado y se me han ido las manos de los textos de Mercasevilla a los videos de las manifestaciones... Cuando he visto a la policía golpear a los ciudadanos, en ocasiones con saña.... me he acordado de este chico, tan pequeño, de voz tan tímida, tan normal y tan corriente que cuando esté de paisano, nadie se fijará en él y que se confesaba incapaz de hacer daño, incluso a quien odiaba. Me he preguntado si lo habrán mandado de refuerzo a Madrid. Me muero por saber si cuando vio a toda esa gente por la que no sentía ni odio ni amor, se bajó el visor del casco y miró la porra, pensó en que esas manos querrían estar acariciando un perro. 

Jamás me pidió el teléfono. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario