domingo, 3 de enero de 2010

Frases luminosas



De las primeras cosas que estudiamos en la Facultad recuerdo las implicaturas conversacionales, esas frases que dicen una cosa, pero significan otra muy distinta, que se comprende por la complicidad del emisor y el receptor. Por ejemplo, si alguien dice que a cierto príncipe monegasco no le gusta el agua, evidentemente no quiere decir que sólo bebe coca cola, sino que la coca cola no la bebe sola. Eso es una implicatura conversacional. Otro ejemplo, "Cariño, hace frío". Eso no es hablar por hablar del tiempo, eso para el ascensor. La frase tiene muchas lecturas, una de ellas "abrázame" otra, "cierra la ventana, coño". Eso es otra implicatura conversacional. Y luego están las frases que tienen una segunda parte y que no decimos para poder vivir en sociedad sin partirnos la cara unos a otros, pero que están ahí, que aparecen en nuestra mente, suenan en nuestros oídos y que flotan en el aire. Incluso, si el aire es muy denso, brillan en él. La semana pasada tuve una tarde repleta de esas segundas implicaturas.

Por estos Reyes, yo (original de mí) he decidido, seducida por la vista de George Clooney y la posibilidad de que John Malkovich me reciba en otra vida, regalar una Nespresso. Compré la cafetera con tiempo y ahí entra en funcionamiento el mismo mecanismo mental que te hace verte súper delgada después de un día en el gimnasio. "He hecho la primera compra en noviembre, así que ya está, este año no me coge el toro ni me voy a comer una cola". Y un mes después entró en escena la cruda realidad con esa frase que un día se ilumina en tu mente "Yuncarajopamí, un año más NO ME VA A DAR TIEMPO". Porque la cafetera la tengo sí, pero algo habrá que meterle y el señor Nespresso no vende el café en más sitios que su boutique (porque no tienen tiendas) o por internet (y te clavan cinco euros, ni que lo trajera Juan Valdés atravesando los andes a lomo de mula como si fuera Lope de Aguirre).

Así que me fui a la boutique de Nespresso, ese espacio amplio, blanco nuclear, inmaculado y con amables señoritas que te ofrecen un café mientras esperas, porque la tienda es grande, pero las tres colas de dentro llegaban hasta Plaza Nueva. Tras una hora a pie quieto
(en la que me dio tiempo a ver todos y cada uno de los accesorios para la Nespresso, que tiene la misma filosofía que la Barbie) llegué hasta el mostrador. Allí expliqué (de mala gana, no lo niego) que lo único que quería era una cosa surtidita para que mis padres probaran los cafés y luego eligieran el que les gusta (y que como viven en Córdoba y allí no hay boutique, voy a tener que traer yo haciendo interminables horas de cola, que van a consumir mi tiempo y mi paciencia). El amable y trajeado señor me explicó que si yo me hacía socia del club Nespresso tenía un magnífico regalo de bienvenida de 250 cápsulas por el módico precio de 80 euros. Como una selección normal, elegida por mí, valía sesenta, quise quedarme con ella. El señor amable y trajeado fue perdiendo la sonrisa por momentos porque mi estupidez supina no me permitía ver las ventajas que me daba su selección preseleccionada: - "Sólo le va a costar veinte euros menos".
- "Pero es que yo no tengo cafetera, no me sé los datos de mis padres y además no se los voy a dar sin su permiso"
- "Pero le puedo hacer una ficha de cliente de paso".
- "Pero es que no quiero, porque yo no tengo cafetera".
Esta conversación, idéntica en el contenido y con distintas variaciones sobre el continente, se prolongó durante un rato, hasta que...
- "Vamos a ver, pero ¿me descuentan algo por comprar la selección"
- "No, pero - y aquí el tono de voz del señor trajeado, porque ahora ya no era amable, empezó a ser cortante ante mi incapacidad de ver un buen negocio- nuestra selección viene en una caja, estúpida retrógrada sobreproteccionista" (esto último no lo dijo, pero es de esas frases que sin oírse quedan flotando en el aire como un cartel luminoso.
"Y si no la quiere, pues mejor para mí, me ahorro el trabajo de hacerle una ficha"
- "Pues estupendo entonces, gracias. Pero si los dos queríamos lo mismo desde primera hora, ¿por qué llevo aquí quince minutos discutiendo?" (Esto último no lo dije, pero también quedó flotando, como un pequeño neón).
Conseguí irme, con mis datos intactos, 60 euros en café y sin la maravillosa caja de cartulina. Empieza a llover, coño otra vez, me cojo un taxi. Allí dentro, un cartel, no se da cambio de más de veinte euros. "Mierda, el cajero me ha dado cincuenta".
- ¿Le importa, que sólo tengo ésto?
- Pues o cambia en alguna parte o no la puedo llevar.
- Pues me voy, menuda pandilla de impresentables, esto qué manera es de llevar un negocio, que me ha costado la vida encontrar un taxi y luego se manifiestan para decir que sobran (esto tampoco lo dije en voz alta, pero es de esas frases que son luminosas, no como neones, sino como fuegos artificiales porque son muchos quienes las piensan a la vez).

Encontré otro, le expliqué mi problemática y, aunque me miró de arriba a abajo con cara de desaprobación, me llevó a casa, enfadada con el señor de la Nespresso, con el taxista primero, con el taxista segundo, pero menos, con todos los que estaban haciendo cola en la boutique y me hicieron perder una tarde, con la humanidad y la vida alienígena, pero sobre todo, conmigo misma. Esto -me decía- no me pasa si regalo una cafetera normal de la tienda de menaje de aquí abajo. Esto -me decía- me pasa por pija.

1 comentario:

  1. Confieso que hasta ahora no había leído con detenimiento tus aventuras. Y aunque ya la conocía, me acabo de reír en voz alta con la historia de la caja de Nespresso. Me voy a hacer fan de "Señoras que compran café Nespresso y no tienen cambio de 50 euros" ;)

    ResponderEliminar